
«Los masones controlan el gobierno», «La ciencia oficial falsifica la historia», «La psicoterapia es una conspiración de las farmacéuticas», «Las antenas 5G propagan el coronavirus» y otros titulares similares nos rodean a diario. Las redes sociales están inundadas de vídeos sobre teorías de la conspiración, y muchos de ellos acumulan miles, a veces incluso millones, de reproducciones. Con frecuencia las afirmaciones en esos artículos y vídeos son simplemente absurdas, pero eso no impide que se vuelvan populares. Algunos se ríen de ellas, pero muchas personas las toman en serio.
En este artículo hablaremos de las teorías de la conspiración más populares, analizaremos qué rasgos del pensamiento nos llevan a creer en ellas y también averiguaremos si realmente el número de creyentes en teorías de la conspiración aumenta día a día.

La teoría de la conspiración, o conspiracionismo, es la creencia de que ciertos sucesos importantes son el resultado de acciones malintencionadas de algún grupo de personas. O incluso no de personas, sino de otros seres inteligentes. Los partidarios de una teoría de la conspiración sostienen que las explicaciones oficiales mienten: en realidad todo es diferente, pero por diversas razones se oculta a la población.
Por ejemplo, más de un tercio de los estadounidenses creen que el calentamiento global es un mito. Según esta visión, gobiernos y corporaciones ambientales se habrían confabulado para engañar a la gente y así desviar fondos supuestamente destinados a combatir el calentamiento.
¿Pero es eso realmente así? Veamos en qué puntos suelen fracasar las teorías conspirativas cuando se examinan de cerca:
En general, no hay nada de malo en poner en duda la interpretación de los hechos —así se desarrolla el pensamiento crítico—. Es la capacidad de analizar la información de forma consciente y sacar conclusiones propias. Pero la fe ciega en las teorías de la conspiración se distingue del escepticismo razonable ante una interpretación oficial de ciertos acontecimientos.

Hay tres razones principales por las que es fácil creer en teorías de la conspiración. Son: rasgos del cerebro humano, el nivel de educación y las características individuales de la persona.
El cerebro humano está optimizado para tomar decisiones rápidas y ahorrar energía. Tiende a evitar caminos complejos, busca patrones familiares y relaciones causa-efecto. Cuando la información es demasiada, la parte que considera insignificante simplemente se descarta. El cerebro predice qué significa una escena para poder reaccionar lo antes posible. Por eso nos atraen tanto las respuestas sencillas a preguntas complejas.
Como especie, el ser humano evolucionó en un mundo en el que la incertidumbre significaba peligro. El cerebro busca explicaciones simples para los fenómenos que nos rodean. Así nacieron leyendas y mitos. Un rayo que mata a una persona por motivos desconocidos es aterrador e inexplicable; en cambio, el enfado del dios del trueno intimida menos. Una explicación simple reduce de inmediato el nivel de ansiedad.
La función de esas historias no es explicar el fenómeno en todos sus detalles. Ayudan al cerebro a tranquilizarse y al individuo a sobrevivir. Precisamente esa característica nos hace vulnerables a las teorías de la conspiración.
Además, la conspiranoia resulta más atractiva cuando las circunstancias sociales la empujan. Un estudio de Whitson y Galinsky confirmó esto experimentalmente en 2008. La tensión social hace que veamos patrones en lo que sucede y busquemos segundas intenciones en las declaraciones oficiales. Lo mismo ocurre cuando explicaciones demasiado simples y prosaicas se dan para sucesos de gran escala. Por ejemplo, la pandemia de COVID-19, que se cobró tantas vidas, parece tan monstruosa y vasta que mucha gente no puede aceptarla como el resultado de la acción de un virus.
A veces la conspiranoia cumple una función importante. Cada persona necesita que su cosmovisión sea estable y coherente. Algunos optan por creer en teorías de la conspiración por razones epistemológicas: para construir una visión del mundo. Esto ayuda a entender la realidad y a orientarse en ella, y por tanto aumenta la sensación de seguridad. Las teorías de la conspiración son una forma de calmar el cerebro y reducir el estrés de fondo. Las personas que confían en la conspiranoia se sienten más seguras, como determinó Tetlock en 2002. De este modo, la fe en teorías conspirativas se explica en gran medida por mecanismos defensivos de la psique.
El nivel educativo influye en la creencia en teorías de la conspiración. Cuando las personas entienden mejor cómo funcionan las cosas, confían menos en explicaciones inverosímiles. Una educación de calidad no solo transmite conocimientos: enseña a pensar, comparar hechos y formarse una opinión propia. Un grupo de investigadores en 2014 demostró que las personas con habilidades analíticas creen mucho menos en conspiraciones.
El cerebro tiende a simplificar la realidad y a buscar explicaciones claras, pero puede ser entrenado para trabajar a plena capacidad. Basta con analizar críticamente cualquier teoría de la conspiración y su inconsistencias saltan a la vista. En consecuencia, resulta difícil creer en algo que contradice la realidad objetiva.
Cuanto mayor sea el nivel general de pensamiento crítico, menor será la propensión al conspiracionismo. La educación ayuda a desarrollarlo; si es de calidad y accesible, la creencia en teorías de la conspiración disminuye.
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Las características personales también pueden hacer que algunas personas sean más vulnerables a las teorías de la conspiración. En 2013 un grupo de científicos demostró que quienes tienden a creer en fenómenos paranormales son más propensos a creer en conspiraciones. Las personas convencidas de la existencia de lo paranormal suelen adherir a al menos una teoría de la conspiración.
En 2023 se publicó un interesante metaanálisis que explica cómo las diferencias individuales influyen en la susceptibilidad al conspiracionismo. Si resumimos sus resultados, la inclinación a creer en teorías de la conspiración aumenta por:
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Pertenecer a ciertos grupos sociales también puede aumentar la vulnerabilidad. Si una persona está convencida de que su grupo es superior a los demás, eso repercute negativamente. Ese grupo puede formarse por nacionalidad, idioma, raza, credo, etc. La xenofobia obliga a considerar a todos los que están fuera del grupo como enemigos. Es más fácil asumir que tienen planes siniestros que amenazan la estabilidad de tu comunidad.
Las personas de mayor edad suelen confiar más en la conspiranoia. Incluso importa de dónde obtienen la información: si la fuente principal es la televisión, la probabilidad de creer en una teoría de la conspiración es mayor.

La conspiración ha existido siempre; la gente simplemente la llamó de otra forma. Una de las principales teorías conspirativas del pasado fue la creencia de que algunas personas poseían poderes mágicos. Se suponía que podían ver el futuro, alterar el clima, transformarse en distintos animales, etc. Las enfermedades y la decadencia se atribuían a la hechicería, las maldiciones o el mal de ojo. En la Edad Media eso dio lugar a la caza de brujas: la gente creía que determinadas mujeres empeoraban su vida y las castigaba. En realidad, las causas del declive eran otras: insalubridad y mala situación económica.
Con la difusión del cristianismo, las enfermedades empezaron a explicarse por la acción de demonios. En la era precristiana la mayoría de los demonios se consideraban neutrales respecto a los humanos; algunos podían hacer daño, otros incluso ayudar. El cristianismo distorsionó esa imagen: muchos de esos seres eran símbolos importantes de la cultura romana, frente a la cual la nueva religión se posicionó. En la conciencia popular apareció con el tiempo la costumbre de atribuir a los demonios cualquier suceso negativo. La naturaleza de las enfermedades, los ataques súbitos de agresión y los episodios de arrebato se volvió simple y comprensible.
Una teoría conspirativa acabó con la Orden de los Templarios: el rey de Francia, Felipe IV, creyó que los miembros de la orden atentaban contra su poder. Otra teoría surgió tras la disolución de los templarios: se dijo que el último maestre de la orden, Jacques de Molay, maldijo a sus ejecutores, al papa y a la propia Francia. El papa de entonces, que había suprimido la orden, falleció poco después. El rey de Francia también murió pronto, al igual que sus tres hijos; ninguno dejó descendencia masculina. Así, la dinastía de los Capetos que había destruido a los templarios se extinguió en apenas un par de décadas. La influencia y la autoridad papal se vieron muy debilitadas. Son sucesos no relacionados, pero todavía hoy muchos creen en la fuerza de la maldición de los templarios.
Las teorías conspirativas también envuelven la sociedad secreta de los masones. En su origen fue una asociación de canteros —una suerte de gremio de constructores de la antigüedad—. La conspiranoia comienza ya en esa etapa: algunos afirman que los masones descienden de templarios que sobrevivieron a la persecución. Las logias masónicas se extendieron con rapidez por Europa. Es esencialmente un club de intereses, una comunidad dedicada a la filantropía y a veces a prácticas esotéricas, pero aún hoy mucha gente piensa que los masones gobiernan en secreto los distintos países. La explicación es sencilla: entre sus miembros hubo y hay personas influyentes y adineradas. Otros temen que los masones sólo aparenten buenas intenciones y en realidad usen su poder para causar daño.
A veces las teorías conspirativas no se refieren a individuos ni a comunidades, sino a territorios enteros. Antiguamente se creía en tierras benditas y ricas en tesoros fabulosos. Hiperbórea, la Atlántida, El Dorado, Shambhala: son mitos, pero la gente creyó en su existencia durante siglos.
Las teorías conspirativas modernas son diversas. Muchas de ellas están relacionadas con las vacunas:

Otro conjunto de teorías conspirativas está ligado a la idea de microchips. Algunas personas creen que un dispositivo así puede implantarse sin que nadie se dé cuenta. Luego influiría en la persona, le implantaría sugerencias e incluso controlaría sus acciones. En realidad, no existe una tecnología capaz de someter la conciencia humana de ese modo.
Los partidarios de esta teoría sostienen que el microchip se implanta durante las vacunaciones. Las antenas 5G también se consideran peligrosas: o bien programarían a las personas directamente, o activarían microchips previamente implantados. Además, existe la versión que sostiene que el 5G incluso causa el coronavirus.
Con frecuencia la conspiranoia se refiere a la idea de un poder oculto que gobierna el mundo. Según varias teorías, los gobiernos de distintos países:

Muchas teorías conspirativas giran en torno al asesinato de John F. Kennedy, uno de los presidentes de EE. UU. Según la versión oficial, el autor del crimen fue Lee Harvey Oswald, que actuó solo. Más de la mitad de los estadounidenses no creen esa versión. Las teorías conspirativas sostienen que a Kennedy lo mataron por encargo de agencias de inteligencia estadounidenses o soviéticas, del vicepresidente Lyndon Johnson, del gobierno cubano o de organizaciones del crimen organizado.

La muerte de la princesa Diana, esposa de Carlos de Gales (tras su coronación en 2022 conocido como Carlos III),también parece extraña a muchos. Falleció en un accidente de tráfico. Según una teoría conspirativa popular, su muerte fue organizada por miembros de la familia real, con el objetivo de deshacerse de una mujer que, supuestamente, empañaba la imagen de la dinastía gobernante. El matrimonio era infeliz y eso, se dice, dañaba la reputación de la familia real.
La conspiranoia no solo se forma alrededor de enfermedades, nuevas tecnologías o figuras de autoridad. Cualquier suceso de gran resonancia pública genera teorías conspirativas. Un ejemplo llamativo es la serie de atentados del 11 de septiembre de 2001, cuando aviones secuestrados por terroristas se estrellaron contra rascacielos en el centro de Nueva York. Otros dos aviones impactaron contra el edificio del Pentágono y, aparentemente, contra el Capitolio. Desde el primer momento se sospechó de Osama bin Laden. Se comprobó que Al-Qaeda estaba detrás de los atentados, pero muchos creen que la verdadera causa de la destrucción de los rascacielos fue otra. Por ejemplo, sostienen que no hubo aviones y que los edificios fueron demolidos con explosivos o misiles.

Otra temática habitual en las teorías conspirativas es el contacto con civilizaciones extraterrestres. La idea de que los seres humanos no estamos solos en el universo es muy popular y cuenta con argumentos científicos, pero hasta ahora no existen pruebas concluyentes de vida extraterrestre. Sin embargo, hay muchas personas que afirman haber tenido encuentros con alienígenas: ven objetos voladores no identificados (que interpretan como naves o fenómenos atmosféricos),conversan con seres de otros mundos. A veces cuentan que fueron abducidos para ser estudiados y luego devueltos a la Tierra.
Los defensores de la existencia de extraterrestres creen que de vez en cuando naves alienígenas se estrellan. Los gobiernos de distintos países estudiarían los restos y lo ocultarían a la población. Un ejemplo representativo de esa creencia es la convicción de que la llamada Área 51, en el desierto de Nevada, existe para investigar restos de extraterrestres. Lo más probable es que esa instalación militar sea un polígono secreto de pruebas y entrenamiento. En el Área 51 con seguridad desarrollan y prueban aeronaves experimentales.
Muchas personas niegan la existencia de civilizaciones extraterrestres. Esa convicción da lugar a nuevas teorías conspirativas: por ejemplo, que nunca hubo un alunizaje porque llegar a la Luna es imposible. Los metrajes históricos serían un montaje fotográfico y las muestras de regolito lunar serían falsificaciones.
¿Por qué sería imposible abandonar la Tierra? Los conspiracionistas incluso explican eso: la Tierra no sería una esfera, sino plana —tal como aparece en los mapas antiguos. Muchos de los partidarios de la teoría de la Tierra plana son cristianos ortodoxos, aunque también hay ateos entre ellos.
Estas son solo las teorías de conspiración más extendidas. Hay tantas variantes de conspiracionismo que prácticamente todo puede explicarse con él.
Las teorías de la conspiración existen por motivos biológicos, sociales e individuales. Es un fenómeno extendido del que protegen la educación y el pensamiento crítico.
Si una persona cree en una teoría de la conspiración, suele ser más fácil convencerla de otra. La fe en teorías conspirativas influye en la cosmovisión y en todos los ámbitos de la vida. Dificulta ver la realidad de forma objetiva y desarrollar un estilo de apego seguro en las relaciones con los demás. Comunicarse con una persona que impone su opinión y muestra falta de pensamiento crítico es complicado. Por ello, la calidad de la vida social de quien se deja llevar por la conspiranoia suele empeorar.
Muchos investigadores y periodistas piensan que la fe en teorías de la conspiración crece continuamente. Afortunadamente, un estudio reciente refuta esa idea. Con el tiempo la creencia en muchas teorías conspirativas se mantiene en niveles similares e incluso disminuye en el caso de algunas.
Las teorías de la conspiración son trampas en las que cae nuestro cerebro. Se pueden evitar. Reflexiona cuidadosamente sobre las causas de los sucesos significativos. Confía en los hechos, no en las palabras, incluso si provienen de una fuente que consideras autorizada. Apóyate en la visión científica del mundo, no en la mística, el esoterismo o la religión.